lunes, 13 de julio de 2009

Aparición

Apoyó su mano en el picaporte y lo acompañó en su movimiento hasta abrir la puerta. La estancia estaba a oscuras y los muebles la llenaban de un característico olor a madera. Como cada vez que entraba, encendió la pequeña lamparita de al lado de la puerta, pero en esa ocasión, al iluminarse, no podía creerse lo que estaba viendo. Cerca de la ventana, hojeando un libro de la estantería, estaba él. Se puso extremadamente nerviosa y arrojó con fuerza las llaves sobre el sofá.

- ¿Qué estás haciendo aquí?
- Tú me has llamado.
- Eso es mentira.
- De no ser así, ¿cómo explicas que haya entrado sin llave?
- ¿Por qué hablas con esa voz? No te reconozco.
- Es mi voz. La de siempre. ¿Ha pasado tanto tiempo que ya no la recuerdas?
- No, es que...
- Es el peligro del olvido. Uno intenta rellenarlo cómo le viene en gana. Poco importa si lo que asigna es cierto o no. Seguramente se escoge lo más cómodo.
- ...tu voz no era tan dulce.
- Sí lo era, tú la has convertido en ronca.
- Has adelgazado.
- Ni un solo kilo.
- Te queda bien esa ropa.
- Es curioso. Antes la detestabas.
- ¡Basta! ¡Tú no puedes estar aquí!
- ¿Por qué?
- Porque estás muerto.
- Te equivocas. No es lo mismo que yo esté muerto a que tú me mataras.
- A mí eso me da igual. Se supone que ahora mismo no existes. No puedes existir...

Cerró fuerte los ojos y cuando los volvió a abrir estaba a solas en el cuarto y era ella la que estaba hojeando un libro al lado de la estantería. Se quedó el resto de la noche con la mirada fija leyendo y releyendo la única página que le importaba, la que tenía la dedicatoria.

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