jueves, 9 de julio de 2009

En contra del destino o quizás a su favor

Existen ciertos momentos en los que perderse una décima de segundo implica dejar pasar un mundo, quizá era por eso por lo que sus miradas estaban clavadas evitando los parpadeos. Dos metros entre ellos y la eternidad a sus espaldas. Se recorrían, se aprendían, se memorizaban... se creaban una imagen salvadora a la que acudir en un futuro. Un recuerdo, una fotografía idílica de aquella despedida bajo un perfecto atardecer.

Sonó el silbato y el tren se puso en marcha. Fue entonces cuando los pensamientos se aceleraron en su cabeza. Se vio vestida con una de sus camisetas bastantes tallas más grande, saboreando un desayuno en la cama, escuchando sus susurros de buenos días. Se vio riéndose de sus chistes, conmovida al ver cómo cumplía sus antojos cuando estaba enferma. Se vio agarrada por la cintura, detectando su olor, sintiendo sus manos en la cintura y sus labios en la nuca. Escuchó su voz contándole cuentos por la noche y le vio destrozando una tortilla y asustándose de un hámster ruso. Distinguió la pantalla de su móvil mostrándole aquella palabra.

Y a pesar de lo que se había dicho, a pesar del acuerdo al que habían llegado, a pesar de que ésa debía ser la despedida definitiva, sus pies comenzaron a correr. Una carrera contra el destino digna de matrícula de honor en educación física. Sus suelas apenas tocaban el andén, simplemente lo rozaban, obteniendo el impulso de una fuerza mayor que no podía verse desde fuera. Él estiró el brazo a través de la barandilla. Sus yemas se besaron, más suaves que nunca, diciéndose todo aquello que la emoción y la falta de aliento impedían pronunciar hasta que se separaron por completo.


Los ojos siguieron abiertos, no se cerraban ni para expulsar las gotas que al acumularse caían desde los lagrimales. Sólo cuando el paisaje ocultó la figura del tren en el horizonte ella se dio la vuelta, se dirigió a uno de los bancos y escondió su cabeza tras sus manos y éstas entre sus piernas.

No sabría decir con certeza el tiempo que permaneció de ese modo, sólo sé que algo se interpuso entre ella y el sol que se ocultaba tras las montañas. Su sombra le hizo levantar la vista para encontrarse una sonrisa envuelta con tres prendas de ropa desgarradas y un cuerpo magullado.

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