Otra noche...

Soy incapaz de observar el cielo porque mi cuerpo tumbado apenas levanta medio metro de la cama pero intuyo las estrellas. Para saber en qué fase se encuentra la luna tendría que echar cuentas. Pero estoy casi seguro de que está llena. Llena de todos los sueños que cada noche le envío y que recogeré cuando vuelva a pisar la calle.

Mi padre habla dormido y dice cosas inteligibles que no soy capaz de traducir, tan sólo algunas palabras sueltas que sacadas de contexto carecen de significado. Y yo escucho, como si fuera un regalo para mis oídos y elevo esos sonidos a la categoría de aspecto interesante del día.

Una suave brisa eleva levemente la cortina y un repentino frescor me acaricia efímeramente para volverme a dejar sumido en el calor. Si al menos fuera el de su cuerpo. Pero la postura no varía y los malabares se precisan para eliminar el picor.

Tacho la muesca de mi nueva cama y postpongo una vez más el sueño para dar cabida al enésimo elemento de ocio. Que se vayan todos y me regalen un paso. Soy rutina y los demás me viven. Con lo incómoda e inaceptable que soy. Espero que no se rindan y aguanten hasta mi transformación en gusano de seda. Yo me busco la morera pero ni siquiera soy un capullo.

Verano incierto y diferente al cuento de la lechera. La imaginación es traicionera pues te presenta lo que quieres y luego te lo tira por tierra cuando se cambia por la realidad en el probador del presente.

Una noche más me ataca, me ayuda, me agobia, me calma, me escucha, me evita, me asusta, me anima, me canta, me ignora, me mece, me empuja, me agota, me llena, me eleva, me hunde, me toma y se va.

Una noche más que pasa. Y una menos que queda.

Felices sueños, seres selenitas, compañeros de la noche en mi cráter.